Estos dos términos tienden a confundirse y en muchas ocasiones los utilizamos indistintamente como si se tratasen de conceptos idénticos, pero… ¿sabías que las pieles con tendencia seca y las pieles deshidratadas no responden a la misma definición?
Cuando hablamos de piel seca estamos en cierto modo categorizando una piel en función de su tipología, y de una estructura con cierto grado de permanencia en el tiempo. Aunque sabemos que la tipología de la piel puede cambiar con el tiempo y muchos otros factores, es cierto que normalmente hay una tendencia que está relacionada con su composición y estructura. En el caso de las pieles con tendencia a la sequedad, se caracterizan por presentar una alteración en el contenido normal de grasa de su capa más externa, de forma que algunos de ellos como las ceramidas, ven disminuida su presencia. Esto, provoca una mayor propensión a la descamación de esta capa ya que la sustancia cementante que une sus células no goza de un estado óptimo. Además, esta es una condición que tiende a afectar al total de la piel del cuerpo, incluidas las manos, el cuero cabelludo, etc. Por ello, aquellas personas cuya piel presenta esta tendencia, frecuentemente sienten mayor irritación, tirantez e incluso descamación. Sus pieles suelen verse más ásperas, pueden adoptar tonos más apagados y la aparición de las primeras arrugas y líneas de expresión suele verse acelerada. Por otra parte, su tolerancia a formas cosméticas más agresivas como exfoliantes o jabones, o a las temperaturas extremas, es peor que en pieles con mayor contenido graso.
En otra posición se encuentran las pieles deshidratadas. En este caso, no hacen referencia a una tipología sino a un estado cutáneo que, bien tratado, puede ser pasajero. Una piel deshidratada es aquella que presenta un menor contenido en agua. De nuevo hay una afección de la función barrera de la piel ya que es la encargada de retener el agua y mantener así la hidratación, pero en este caso será un estado transitorio que se recuperará en el momento en el que se le devuelva a la piel su factor de hidratación natural. Es importante destacar que cualquier piel, ya tenga una tendencia seca o una tendencia grasa, puede en un momento dado verse desprovista de la hidratación que necesita y por tanto, convertirse en una piel deshidratada. Estas pieles presentan una sensación incómoda en el rostro que no suelen sentir en condiciones normales. También se ven de forma más clara las finas líneas de expresión, algo que desaparece cuando se recupera el estado de hidratación normal. Los poros de la piel también adoptan una forma más alargada cuando una piel está deshidratada en exceso y además se pierde luminosidad.
Por tanto, aunque su «sintomatología» pueda parecerse, las necesidades de una piel con tendencia seca y las de una piel que se encuentra deshidratada no son las mismas. Las primeras agradecerán una rutina habitual que mejore la función barrera de su piel, reponiendo día a día los lípidos necesarios para evitar la pérdida de agua a través de la piel, mientras que una piel deshidratada verá grandes cambios cuando potencie en momentos concretos su hidratación tanto a nivel de la piel, como desde el interior, aumentando el aporte de agua en el organismo.
La diferencia entre ambas condiciones refleja de nuevo la importancia que tiene conocer bien tu piel y personalizar su cuidado con productos que se adapten a las condiciones puntuales que esta refleja en cada momento de tu vida. Accede a nuestro cuestionario de diagnóstico para descubrir con qué activos debes abordar la hidratación de tu piel.